La noche desprendió un aclamo. Se disparó una palabra de mi adentro, imponente, inductiva, se recostó a otro puño, se mudó de lengua y abandonó mi angustia. Me encontré anclada en una habitación ruidosa, llena de versos a los que intenté acercarme, pero que no pude leer.

Olí el rastro de la que me dejó. Marchada hasta la ventana saltó al vacío, huyendo del vestigio de mi pluma, olvidando la necesidad mía de escribirla en cada rincón, sobre cada hoja o un cuerpo entero. Una tarde, en algún autobús sin ruta en el parabrisas, la vi. El encuentro era inminente.