La invención de Hugo, la reinvención de Méliès

George Méliès es quizá el nombre más emblemático e importante en la historia del cine. El francés empezó a hacer películas en 1896 (Escamotage d'une dame au théâtre Robert Houdin) y no paró hasta 1913 (Le Voyage de la famille Bourrichon), cuando la Primera Guerra Mundial cambió el sentido del cine y Méliès, embriagado de deudas y sin ánimos de hacer un cine distinto al que estaba acostumbrado, no logró adaptarse al nuevo curso, por lo que pone fin para siempre a su carrera como realizador de películas. A partir de entonces se sume en el anonimato, siendo dado hasta por muerto.
Olvidarse de George Méliès es olvidarse del nacimiento del séptimo arte, cuando aún nadie podría imaginarse siquiera lo que llegaría a ser el cine. Alguien que lo tiene muy presente es el director Martin Scorsese, quien logra relatar espléndidamente la historia de Méliès y su gran aporte al cine con su film Hugo.

No es necesario tener un extenso conocimiento sobre el cine para saber que el film no es más que un tributo al director francés. Pero sumiéndonos un poco en la fantástica historia que envuelve esta producción de Scorsese, es necesario aclarar antes que los hechos retratados en la película se corresponden casi en su totalidad a la realidad de Méliè. Sabido esto, podemos entrar entonces en materia cinematográfica propiamente.

La película está basada en el libro “La invención de Hugo Cabret” (2007), del escritor e ilustrador estadounidense, Brian Selznick. Relata la historia del joven Hugo Cabret (Asa Butterfield), quien vive con su padre (Jude Law) relojero en Paris. La trama se sitúa en la Francia de 1931. Cuando el padre de Hugo muere, el joven queda a cargo de su tío, también relojero, un alcohólico con poco sentido de la responsabilidad y con un aparente desconocimiento total del cariño familiar. Sin embargo, es el encargado de los relojes en la estación de tren «Gare Montparnasse». No pierde oportunidad, enseña inmediatamente a Hugo a manejar los relojes y, poco después, desaparece ―más adelante nos enteraríamos de que había muerto―.

Así, Hugo se ve en la calamitosa necesidad de vivir en la estación, mantener en funcionamiento los relojes, robar comida para sobrevivir y escondiéndose del inspector Gustav (Sacha Baron Cohen), quien aparenta conseguir placer enviando a los niños huérfanos, que roban en la estación, a un orfanato. Pero lo que lo mantenía con ánimos y esperanzas era terminar el proyecto que había dejado a medias su padre, la reconstrucción de un autómata ―que la RAE define como una “máquina que imita la figura y los movimientos de un ser animado”―. Este autómata en particular era escritor y Hugo no podía dejar de pensar que en él residía un mensaje que su padre le había dejado. Para cumplir con el objetivo de repararlo, se robaba piezas mecánicas, hasta que un día es capturado por el mismísimo George Méliès (Ben Kingsley), dueño de una juguetería, ubicada en la estación. Méliès, indignado, le arrebata a Hugo un cuaderno de anotaciones que heredó de su padre, que contenía los pasos necesarios que debían seguirse para lograr reparar el autómata.

El indignado joven, quien no pretende dar por perdido el cuaderno, tras suplicar reiterativamente a George y este haberse negado todas las veces, decide seguirle hasta su hogar. Nuestro personaje principal entra ―sí, para mí el protagonista de toda esta historia es Méliès― y deja al pequeño Hugo fuera. Inmediatamente divisa en una ventana a Isabelle (Chloë Moretz), ahijada de los Méliès. Él le pide que baje a su encuentro y ella, aunque temerosa por la reacción que pudiera tener su padrino ante tal encuentro, accede. Le convence de que no permitirá que George queme el cuaderno de notas, tal como le había dicho a Hugo que haría, y le pide que regrese a su casa. 

Lo que sigue no es más que una de las escenas más emotivas de la película: Hugo le exige a Méliès que le regrese su cuaderno y él no le entrega más que un pañuelo lleno de cenizas, haciéndole creer que, efectivamente, lo quemó. La decepción y el desánimo pintan por completo la cara del joven Hugo y en el rostro del ya anciano Méliès observamos la sutileza del vacío, quizá una expresión muy genuina e infantil que no habla más que del malestar que acompaña el acto de hacer sufrir o decepcionar a alguien. Sin embargo las cosas mejoran para el pequeño Hugo cuando Isabelle le confiesa que su padrino no ha quemado el cuaderno, que todo ha sido un engaño de su parte. Finalmente George accede a devolverle el cuaderno al joven con la condición de que pague con trabajo todos los juguetes que le había robado. Así empieza Hugo a involucrarse tanto en la vida de Méliès como en la de su ahijada, junto a quien emprende una aventura que llena de vida y emoción a la joven, una ávida lectora que sólo conocía de las aventuras por medio de historias que solía leer en los libros.

Un hecho completamente irónico: Isabelle, siendo ahijada del gran George Méliès, nunca había visto una película, hecho que nos demuestra que el productor se había alejado completamente del cine. A todas estas, Hugo y su compañera desconocen por completo el pasado del padrino de Isabelle. El joven entusiasta, quien guarda un particular cariño por el cine, gusto heredado por su fallecido padre, lleva a la joven a su primera experiencia en una sala de cine. Cuando aparentemente había encontrado una aliada, Hugo empieza a desconfiar de ella e intenta sacarla de su paso, hasta que nota la particularidad de la  llave que lleva Isabelle en su cuello, justamente la llave que encaja con el autómata que tanto tiempo llevaba intentando hacer funcionar. Finalmente, movido por el deseo de hacer funcionar al hombre de cuerda, lleva a Isabelle al cuarto donde lo mantiene sentado, frente a una hoja, con pluma en mano. Al utilizar la llave, el autómata empieza a funcionar, trazando lo que Hugo consideró en principio garabatos. Pero después de unos minutos empezaba a dibujarse una de las imágenes más familiares en el mundo del cine, nada menos que la famosa luna de Le Voyage dans la Lune (Viaje a la luna), de 1902. Cuando el dibujo está terminado, es firmado con el nombre de su autor, George Méliès, hecho que deja en completo desconcierto a los dos aventureros.

Hugo, naturalmente, necesita descubrir qué significa la imagen y cómo se relaciona esto con Méliès, por cuanto está seguro de que es el mensaje que su padre dejó para él. Optan por ir y confrontarlo. Al llegar a la casa, los jóvenes se encuentran con Mama Jeanne (Helen Macrory), la esposa de George, quien tras observar el dibujo les pide que olviden lo que está enterrado en el pasado y le pide a Hugo que se vaya, pero justamente cuando abre la puerta para despedirlo, escucha que su esposo va llegando, así que decide esconderlo, junto a Isabelle, en una habitación de la casa, mientras encontraba la manera de distraerlo para, posterior, sacarlos de allí. Un detalle invaluable para Hugo fue la mirada de Jeanne en el armario que se encontraba en el cuarto donde escondió a los niños. Inmediatamente el joven supo que allí debía haber algo.

Hurgando en el viejo armario, Hugo pide a Isabelle que vigile la puerta. Entre ropa y toallas, desistiendo de buscar entre tantos bultos, el joven nota la irregularidad de una puerta a medio abrir en la parte alta del guardarropa.  Isabelle, con la excitación que le corresponde por estar viviendo su primera gran aventura, decide subirse en una silla e intentar bajar el baúl que consiguió en el compartimiento. Cuando lo tiene en sus manos, después de varias tambaleadas, la silla termina por partirse, quedando a disposición del aire el contenido del baúl. Aquí se abre paso a una de las escenas más impresionantes y creativas de la película: cientos de papeles, con bocetos y dibujos hechos por Méliès, se mantienen flotantes por toda la habitación, dejándole ver a Hugo, particularmente, el mismo dibujo que el autómata realizó. A causa del estruendo, George y su esposa irrumpen en la habitación. Al ver los papeles en el suelo, el ya desanimado cineasta siente el peso fatal del recuerdo que durante tanto tiempo intentó no sólo olvidar sino borrar en su totalidad. 

Ya que aparentemente ni Jeanne ni su esposo estaban dispuestos a explicarles a Hugo y a Isabelle qué significaba todo lo que hasta ese punto habían descubierto, los jóvenes deciden buscar en el sitio que no miente: las páginas de un libro. Isabelle ―ávida lectora, cabe recordar― le asegura en reiteradas ocasiones que el conocimiento que imparten los libros no tiene comparación alguna. Se ha hecho amiga del dueño de una librería en la estación, Monsieur Labisse (Christopher Lee), quien no parece sentirse agradado con Hugo, pero que tiempo después notaría la humildad e inocencia del joven y terminaría cediendo ante sus encantos, les sirve de puente para dar con el libro que les explicaría quién había sido George Méliès en la historia del cine.

Los jóvenes entusiastas, movidos ya, más que por la excitación de la aventura, por la necesidad imperante de conocer la verdad, van hasta la biblioteca. Monsieur Labisse les recomienda un libro en específico, cuyo autor es Rene Tabard (Michael Stuhlbarg). Vemos la fascinación que sienten, especialmente Hugo, al ir descubriendo, página por página, los inicios del cine. En esta parte de la película el director hace lo que aporta el toque magistral a la producción: conforme pasan la página, ante nuestros ojos se reproducen los fragmentos reales de esos hechos históricos. Es así como vemos partes, por ejemplo, de la primera película, La sortie des ouvriers des usines Lumière à Lyon Monplaisir (Salida de los obreros de la fábrica Lumière en Lyon Monplaisir) y otras tantas proyecciones que conformaron los primeros años del cine. Hasta que finalmente llegan a la página donde aparece el realizador George Méliès, el director de cine que aprovechó en su totalidad los recursos del mismo, convirtiéndose en la primera persona que utilizara efectos especiales, a fin de simular las experiencias mágicas que integraban sus películas, convirtiéndose así en el exponente más importante del cine. Siguiendo en la lectura, Isabelle descubre que a su padrino lo han dado por muerto todo este tiempo, según la información del libro había fallecido en la Primera Guerra Mundial. Totalmente indignada le dice a Hugo que tienen que hacer algo para reparar esa situación, y es justamente en ese momento cuando notan que detrás de ellos está nada menos que el mismo autor del libro, Rene Tabard.

Como es de esperarse, Rene permanece incrédulo ante la afirmación de Isabelle, pues era indudable que todos los conocedores del cine daban por muerto a Méliès, pero la seguridad de la joven es tal que Tabard termina por convencerse. Rene les explica que es un gran admirador de George y que llegó a conocerle siendo sólo un niño, ya que su hermano trabajaba para él. Recuerda la grandeza de las producciones de Méliès, cómo era el proceso de la realización, lo mucho que le apasionaba lo que hacía. Una de las frases más emblemáticas de la película es cuando, en ese recuerdo de Rene, George le dice de niño «aquí es donde se realizan los sueños», refiriéndose al estudio de grabación.

Méliès se vio en la obligación de vender todas sus películas a una empresa que las destruía para aprovechar el químico de las cintas y hacer con eso el tacón de calzados femeninos. Por ende, todas las películas del productor francés se daban por perdidas. Pero Rene, como todo un buen fanático, había conseguido recuperar una que otra película. Así, animado por Hugo e Isabelle, se aparece en casa de los Méliès con la intención de proyectarle una de sus películas al propio realizador, pero se encuentra con una asombrara Jeanne que le pide que se vaya, pues su esposo se encuentra en reposo y a sabiendas de que él no querría saber absolutamente nada que le pudiese recordar esos años. Tras un diálogo muy nostálgico, Mama Jeanne termina por convencerse y accede a ver Le Voyage dans la Lune, que es el film que conserva Rene.

Durante la proyección vemos a una Jeanne más joven, actriz, aparente estrella co-estelar de la película. Cuando termina la cinta, todos ven al mismísimo Méliès parado en el marco de la puerta, observando inmutado una película que seguramente daba por perdida. En esta parte, reside la sustancia biográfica de George Méliès, por cuanto, sentado en un sofá, él mismo empieza a relatar cómo fue que pasó de ser un mago ilusionista, a ser cineasta, tras haber visto una proyección de los hermanos Lumière, habiendo quedado completamente maravillado y obligándose a hacer su propia cámara, luego de que los hermanos se negaran a venderle un ejemplar de su innovador cinematógrafo; cuenta también cómo invento los efectos especiales, cuál era su propósito con la realización de las más de 500 películas que hizo, y luego cómo se vio afectado por la Gran Guerra y de su final en la juguetería de la estación, sumido en el anonimato; pero el detalle que más le interesa a Hugo es el del autómata: Méliès explica que sentía una gran fascinación por estas máquinas que él mismo armaba, pero que estaba seguro de que el último que conservaba, que había dejado en un museo, había sido destruido tras un incendio. Pero Hugo lo conserva, justamente tiene una de las cosas que podría hacer que Méliès recobrara el espíritu. Así, el joven corre a la estación, con el deseo de buscar y regresar el autómata a su dueño original.

Al llegar a la estación se halla ante el infortunio de ser acorralado y apresado por Gustav, el inspector que no hace más que enviar niños al orfanato. Sin embargo, hábil y sigiloso, Hugo logra escapar de la celda. Correo a la torre del reloj principal, donde había estado viviendo todo el tiempo. Burla a Gustav y a su perro escondiéndose en la parte externa de la torre, es decir se sostiene de las gigantes manecillas del reloj. Finalmente logra entrar, tomar al autómata y salir corriendo de vuelta a casa de los Méliès, pero su camino se ve trucado nuevamente por Gustav, quien, tomándolo sorpresivamente del brazo, es el causante de que Hugo suelte al autómata, cayendo este en las vías del tren. Pero el joven no puede hacerse a la idea de que lo único que puede lograr que el director recobre su ánimo sea destruido, así que se lanza a las vías y toma al hombre mecánico en sus manos, pero el tren se acerca cada vez más y nos recuerda el sueño que tuvo Hugo en escenas pasadas donde el tren se descarrillaba —evitando atropellarlo, cuando se había lanzado a las vías del tren para recuperar la llave con forma de corazón que daba cuerda al autómata—, atravesando toda la estación. Justo cuando uno cree que la película posiblemente tenga uno de los finales más trágicos en la historia del cine, el inspector toma a Hugo por el brazo y logra sacarlo a tiempo de las vías, a él y al autómata. Eso no quiere decir que Gustav estuviese menos convencido de enviar a Hugo al orfanato, pero tras una discusión en la que el joven expresa que no entiende la muerte de su padre y Gustav recuerda la pérdida de sus extremidades inferiores a causa de la Gran Guerra, George llega a la estación con Isabelle, y logra que el inspector le entregue a Hugo luego de explicarle que está bajo su tutela.

Como parte de la escena final, Rene Tabard realiza una gala conmemorativa en la que anuncia que han sido recuperadas y restauradas unas 80 películas del director. Finalmente Méliès, tras agradecer encarecidamente los esfuerzos de Hugo por recordarle el pasado, presenta nuevamente una película suya, pasados más de 15 años, no perdiendo la oportunidad para invitar a los presentes a nunca desistir de perseguir sus sueños.

En la escena final, propiamente, vemos cómo convergen en una reunión de celebración todos los personajes que estuvieron presentes durante la película, y hay dos cosas que quedan claras: primero, Hugo se convierte en el aprendiz de George Méliès; segundo, Isabelle se convierte, predeciblemente, en escritora, convirtiendo en un libro su aventura con Hugo.

Hugo, como mencionaba al principio de este ensayo, es una película que respeta casi en su totalidad la realidad de la vida de George Méliès. Podrían ustedes preguntarse a estas alturas qué es lo fantástico de la película. Pues justamente es Hugo. Él nunca existió, mas considero que la necesidad por crear a Hugo es poder contar la historia de Méliès a través de él, porque qué mejor manera para descubrir a un soñador que a través de otro soñador.

Así, Hugo nos relata la historia del inicio del cine y la vida de uno de sus máximos exponentes, pero también es un film que nos recuerda que el poder de las cosas reside justamente en la motivación que tengamos para hacerlas y, más importante aún, en saber qué es lo que debemos y queremos hacer. Una vez que cada quien lo sabe, no queda más que no desistir, como Hugo jamás desistió de descifrar el mensaje que había dejado su padre, encontrándose con la historia que le esperaba y cómo George Méliès, protagonista único de esta historia, nunca desistió de su deseo por hacer películas, convirtiéndose en el personaje más importante en la historia del cine. No queda más que agradecer a Martin Scorsese por la realización de esta película. 


Alexandra Perdomo.

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