La naturaleza desprende sus encantos en la lluvia














La naturaleza desprende sus encantos en la lluvia, que poderosa recubre la creación. No necesita concesiones ni aprobaciones, cae sobre justos e injustos, cae en la guerra, sobre árboles y gente. Cada gota recuerda el llanto y una sola gota de lluvia vale más que mil lágrimas. Se presenta a cualquier hora, en cualquier mes, para ser testigo y prueba. 

La lluvia no teme a los fuertes mas atemoriza a muchos que le sienten, en la cúspide de su poder. Es indiferente ante aquellos que le repudian. Sus gotas corren por ventanas, sombrillas, bancas y animales, hasta caer al piso... pero no mueren; alimentan la tierra para gestar vida, para dar continuidad, porque el egoísmo no le corroe. No extraña al sol ni reclama a las estrellas. La lluvia es para sí misma, para los otros, para lucirse y ayudar. No conoce de tiempo ni estratos, no recuerda el pasado pero evoca grandes tiempos. Su fuerza es proporcional al poder de la tierra en la que cae, de la gente que le habita. Ha presenciado grandes derrotas e incontables victorias. Ha dado su rostro al viento y no ha negado su origen. No pretende, no miente. Esclarece la mente de los meritorios. 

Cuando la lluvia se acompaña del temor luminoso que hace daño, real daño, es porque el enfado ha turbado sus cauces y una voz dice no temer a su grandeza. La lluvia cambia, prorrumpe entre los agraciados, dejándoles polvo, del mismo que vinieron. 

La lluvia deja esperanzas a su marcha, llena de luz praderas, ciudades, habitaciones. Se hace más hermosa en lo adverso y se entrega a los colores que complacen con odas su reinado. 

La lluvia es agua, nada más que agua... 
el sostén de la existencia

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