Notas sueltas (1)

Foto de Fabiola Ferrero (tomada de El País)
Tenemos realidades que superan con creces historias de ficción que nos han quitado alguna vez el aliento en la pantalla grande.

Cuando nos acercamos a realidades que nos hablan de gente como nosotros, con problemas, aunque inhumanos, normalizados dentro de nuestra sociedad, nos hacemos ajenos porque estamos “cansados” de las “repeticiones”. ¿En qué nos convierte eso?

Nos sorprendemos y descorazonamos por terremotos y crisis humanitarias en el extranjero, por tiroteos en colegios del norte, en la hambruna y enfermedades africanas, en la tiranía y represión coreanas, ¿pero no vivimos lo mismo aquí?, ¿por qué nos es ajena nuestra realidad? Como siempre, mucho tienen que ver los medios de comunicación, que se la pasan callando historias, y algo de culpa tenemos nosotros, que no escuchamos ni miramos lo suficiente, que escogemos no prestar atención.

Una mujer con osteoporosis hace una fila de supermercado para dar algo de comer a sus nietos, mientras ella ya cumplió 24 horas sin comer nada. Una mujer con cáncer de estómago se siente preocupada por el almuerzo que no tiene para sus dos hijos; hace 3 meses que no recibe tratamiento para su enfermedad, pero esto no es su prioridad, porque al final no hay algo que ella pueda hacer para solventarlo.

Otra mujer tiene 2 hijas, una de ellas ―la menor― tiene epilepsia. Hace 1 mes no toma su medicamento, por lo que sufre convulsiones pasivas a diario y no duerme por las noches. La madre no consigue la medicación y también le cuesta conseguir comida.

2 señores mayores en una fila siguen esperando incansables que les dejen ingresar a un supermercado a comprar los 2 productos regulados que están vendiendo. Aunque ya les pidieron que se fueran, permanecen allí. Si se van pierden toda esperanza de tener algo para comer ese día.

En un centro de atención médica las enfermeras cuentan que atienden a los pacientes en la emergencia “con las uñas”, porque implementos no hay. Ni siquiera solución para diluir medicamentos básicos (que tampoco hay) ni sueros.

Todas estas historias son venezolanas. Las escuchamos en una mañana, recorriendo Guarenas-Guatire.

Se escuchan también en el metro, en las filas, de la boca de terceros. Pero no prestamos atención, no nos gusta esta realidad porque habla de nuestra miseria.

Pero es nuestra y mientras más la ignoremos, más tardaremos en superarla.


Nota del 16 de febrero de 2016
Escrita luego de una investigación de campo sobre crisis en Venezuela

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